jueves, 4 de mayo de 2017

RETO DÍA 4: Tu animal favorito

Para Tommy y todos los mininos
que me han acompañado en la vida.

Se alarga y se enrolla, casi como si fuera un resorte. Un resorte cubierto de suave pelo. De ese pelo que puedes acariciar una y otra y otra vez, perdido totalmente en tus pensamientos, absorto en las verdades del universo, hasta que ese suave cojín con patas pierde la paciencia, se estira con la lentitud de un alma inmortal y se marcha con paso lento pero seguro, casi altanero. Sabes a dónde irá: primero comida, luego agua, luego el baño, y por último buscará un nuevo sitio donde estirarse, alargarse y enrollarse, casi como si fuera un resorte, para dejarse caer en los brazos de Morfeo y perderse por unas horas… o hasta que lo molestes de nuevo. En caso de que aún no lo sepas, los únicos brazos donde esta criatura esponjosa ama estar por horas son los de Morfeo, todos los demás resultan incómodos después de un rato. “Pero es que es tan apachurrable”, piensas. “Dan ganas de estrujarlo, abrazarlo, cargarlo, apapacharlo, consentirlo y colmarlo de besos…”, claro, hasta que sus pelos se queden en tu lengua y en tu ropa.

Pero no importa. Sigue siendo adorable.

Lo observas. Duerme con la paz de un niño recién nacido, confiado en que lo protegerás de todos los peligros. Cuando te observa con esos ojos ancestrales y baja lentamente sus párpados, sabes que te está besando, sabes que te está diciendo cuánto te ama. Con esos ojos de dragón, con remolinos y grietas y líneas dibujados en múltiples tonalidades. Ojos que podrías observar por horas si él no perdiera la paciencia, y se estirara, se alargara y se enrollara en sí mismo, casi como si fuera un resorte, cambiando de posición para indicarte que lo haz interrumpido.

Te alejas, tratando de no hacer ruido –pero fallando–, pensando en qué sucedería si tú fueras un gato: si tus pisadas fueran más silenciosas que una noche oscura, tu piel más suave que el agua de un estanque dormido o que un capullo de flor en primavera, tus ojos más profundos que la negrura del espacio y aun así tan vivos, tan astutos, con tanta sabiduría en su interior... ¡Y Dios, esas patas! Esas patas suaves y afelpadas con sus almohadillas acojinadas que quieres apretar y acariciar y besar al mismo tiempo.

Gatos. Podrías dormir todo el tiempo. Podrías no hacer nada en todo el día y nadie te regañaría, porque nadie esperaría de ti otra cosa. Al contrario, te adorarían. Te mirarían embelesados, con la misma mirada amorosa –y casi cursi– con que miras ahora a tu gato, y pensarían en lo hermosa que eres cuando te alargas y enrollas, casi como si fueras un resorte… Y es que donde algunos solo ven una suave y esponjosa bola de pelos, tú ves resumida la eternidad, el propósito de tu vida, la lección de amor y entrega total que debías aprender en aquella vida pasada cuando tu egoísmo te cegaba y alejaba de todos.

Suspira. Lo has visto. Lanzó una larga respiración en sus sueños, casi como si supiera en lo que estás pensando. Entonces abre los ojos, te observa un momento. Se estira, gira y cambia de posición. Y lo ves cómo se alarga y se enrolla, casi como si fuera un resorte…

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